Luis César Amadori escribió en 1932 la letra del tango Rencor, que empieza así: Rencor, mi viejo rencor, dejáme olvidar (...) y termina de esta manera: No repitas nunca lo que vi' a decirte: rencor, tengo miedo de que seas amor. Suele pasar. Cualqiera que haya sufrido engaños amorosos sabe que maldecir, insultar, gritar, basurear a la persona amada y perdida es una forma de seguir unido a ella. Sólo que en vez de a través de la cara del amor lo hace a través de su contracara, el odio. No son muy diferentes. Forman parte de la misma moneda. Borges se asombra, en un ensayo o cuento (no recuerdo) que Poe, "un poeta romántico", proponía una poesía racional, o sea clásica, y que poetas clásicos valoraban la poesía romántica. Nunca entendí su asombro. Siempre se busca la ausencia, lo que no se posee. Tipos que nunca salieron de las salas de cine o de las bibliotecas (el mismo Borges) gustan o gustaron de la épica del western o del coraje físico de los gansters, o de las aventuras en pasajes remotos con hombres valientes y mujeres bellas y peligrosas. Muraña, la Corralera, el Hombre de la esquina rosada son ejemplos de la atracción que sentía por esa gente que, racionalmente, despreciaba. ¿O acaso pensaba que pertenecían a los salones y a las buenas maneras? Eran, son para siempre, gente de suburbios, de extramuros, gente generalmente morena aunque, en ocasiones, se cuele un rubio accidental, o una pelirroja inesperada. La barbarie, entonces. El peronismo antes del peronismo, digamos. El mismo rechazo de odio consciente y amor (o necesidad) oculto tuvo Sarmiento. El Facundo empieza así: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte (...), y enseguida, para entender la vida secreta y las convulsiones del país que no entiende, agrega: Tú posees el secreto: ¡Revélanoslo! Pobre, llama al bárbaro para que le explique lo que a él, civilizado y culto, se le escurre entre los entresijos de su razón. Borges y Sarmiento, entonces, despotrican en público contra aquéllo que los desvela. Insomnio por un amor no expresado, ese amor por el coraje y el cuchillo, capaces "de jugarse la vida en una noche cualquiera". Lejos de estas excelencias literarias (la Argentina ha degradado, no sé si están de acuerdo), los cagatintas de los periódicos reviven esa pelea interior donde ya no hay amor pero sí odio y rencor. El amor se ahogó en la sopa sombría del poder y del dinero y del miedo. Chapotea en el caldo del kiosco periodístico, el sillón de cuero, la figuración. La agachada. Esta gente, sin embargo, no logra la mirada de quien mira a otros y no a ellos. Esa indiferencia de la mujer que también tiene el secreto de las convulsiones del país y a la que no entienden, los mata. ¿Por qué ella los desafía, qué le costaría ponerse del lado correcto de la vida? ¿Por qué no es una -una más- de ellos? En definitiva, ¿por qué -Dios, por qué- no les confirma su lugar en el mundo? El mejor, le dicen sus patrones, mientras los extorsionan con las billeteras y con una penosa figuración. No tienen su amor, nunca lo tendrán, y además de la indiferencia ellos huelen el desprecio. Esa actitud de la que no te da bola ni para putearte. Que te hace sentir que no existís. Mientras para miles, millones, ella posa su mirada, les habla, les explica, los ayuda. Frente a esa falta de amor, el odio. El rencor del tango. Sólo hoy: Cristina pone en aprietos al Presidente... (un tal Fioriti) Cristina intenta usar el revés en la Corte en su favor (el pobrecito Kirschbaum, tan otro en el pasado) ¿Alberto sabe lo que hace Cristina? (el miserable Van der Kooy) Todos en Clarín. ¿Se puede nombrar tanto a una mujer, todos los días, sin secreto amor o deseo y aunque tome las formas del odio? Sí se puede. Con rencor.
26 abril 2020
No pueden vivir sin nombrarla. Si se muriera pasaría lo mismo que con Evita y con Perón. Pasa con el Che, con Fidel. Los admiran y envidian tanto que, aunque sea desde un discurso de odio, no pueden evitar hablar de ellos. Nunca van a reconocer el verdadero sentimiento encubierto por el odio.