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  • Roberto Pages

FORD T (de Tormentas)

El beso del cine que más refleja el impulso amoroso y sexual lo filmó John Ford en El hombre quieto. Spielberg, que habitualmente es un niño, lo mostró en E.T. quitándole la connotación adulta. El beso de Ford, el beso imaginado y puesto en escena por Ford, en realidad, no sólo está cargado de sexo sino que muestra el amor y el deseo como una fuerza de la naturaleza.

¿Quién puede detenerla?

Maureen O'Hara se ha metido en la casa de John Wayne en ausencia de éste. "Para limpiarle la casa, como una buena cristiana" -dirá después como justificación. Wayne, que llegó antes de lo previsto por ella, huele una presencia, mira, y Maureen se oculta. De pronto, se ve en un espejo y grita. Es su imagen, pero se asusta. ¿De qué? ¿De estar en la casa de un hombre casi desconocido, de contrariar los hábitos de su comunidad, o simplemente de estar haciendo lo que está haciendo?

Quiere escapar.

Hay una tormenta fuera, una tormenta imprevista (acabamos de ver llegar a Wayne sin ella), y cuando ella abre la puerta para salir, el viento -que sopla donde quiere, y en este caso cuando Ford quiso- entra en la habitación como un huracán. Wayne la toma del brazo, la hace entrar y él queda de espaldas a la puerta y ella frente a él. La besa, y ella lo besa. El viento empuja el cuerpo de Wayne, que se dobla hacia delante para volcarse sobre ella. La llamarada roja del pelo de Maureen vuela hacia atrás, como su falda y su delantal. Forman parte de la tormenta, están incorporados a ella. Porque la de fuera es espejo de la de ellos.

Una maravilla.

Pueden ver la escena:



Poco después Ford reitera el sentido y agrega el nivel que han incorporado a la relación los todavía castos novios. Han logrado separarse de las imposiciones culturales y religiosas de la sociedad, pasean en bicicleta (Truffaut, estoy seguro, asimiló esta escena para el paseo en bicicleta en Jules et Jim), y luego caminan. De pronto, tormenta. Las ramas se doblan, la lluvia los moja. Se guarecen como pueden y él pone su saco sobre los hombros de ella, protectoramente. Como Ford era católico, hace que Wayne ponga las palmas de sus manos hacia arriba para recibir el agua. Agua de bendición, quizás bautismal para el amor naciente. Un trueno lleva a Maureen a los brazos de Wayne, llueve sobre ellos, se besan. Ella se cobija todavía más sobre el pecho del hombre, y luego -ella, no él- sube lentamente su mano sobre el pecho masculino, buscando el segundo beso.

Otra maravilla.

Pueden verlo aquí:


El hombre quieto, en su fábula amable está llena de amor, de risas y de sexo. Miren ustedes lo que nunca vieron los críticos ciegos, acompañados por espectadores necesitados de desnudas evidencias para usar la palabra erotismo. Vean la escena de la cama rota, la cara y el cuerpo de Wayne a la mañana siguiente de la primera noche, e imaginen -por una maldita vez- qué le susurra al oído Maureen a Wayne en el último plano, y cómo ella juega a irse y a quedarse para que él la busque y finalmente la alcance.

Tercera maravilla

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