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  • Roberto Pages

EL GATOPARDO Y OTROS GATOS

Estamos en la última hora de El Gatopardo, la obra maestra de Luchino Visconti. En un rato comenzará la maravillosa secuencia del baile, a la que Visconti le dedicó tres cuartos de hora, tal vez un poco más. Es un baile de despedida, aunque los invitados no la viven así. Menos uno. El Príncipe de Salina, que recorre los salones con la conciencia clara de que una época se acaba. La suya, la social y la política. Ha pasado Garibaldi y una forma de vida, creída eterna quizás, se desmorona. El Príncipe mira por última vez los fastos de un tiempo que empezó a irse, y también la herencia que dejó esa cultura. Ve a unas muchachas saltando sobre una especie de cama, tarambanas, y sabe que son el producto de sucesivas pariciones entre los mismos, de los que por siglos se han unido y copulado entre la misma sangre. Es inevitable pensar en Las Meninas de Velázquez, ese retrato de caras y cuerpos de la realeza pero absolutamente idiotas, caras abotagadas de miradas vacías.

No hace mucho que Tancredi (joven, bello e impetuoso Alain Delon), sobrino del Príncipe de Salina, le ha dicho a éste una frase que se hará famosa aunque -dicen- no está en la novela de Lampedusa. Es una frase del cine, de Visconti mismo, hombre de la nobleza y también marxista. La frase es: "Todo debe cambiar para que nada cambie". Por eso es un baile fastuoso de despedida.

Cambiar es asociarse a la burguesía naciente, ordinaria, inculta, grosera pero con poder. El político y el del dinero. La asociación es entre el heredero de la aristocracia, Tancredi, con la bellísima Claudia Cardinale, hija del vulgar y torpe burgués. El Príncipe bailará con la muchacha, y es otra despedida. La de su juventud y la de su sexualidad. La desea pero sabe que ya no es para él. Sólo queda en pie la ceremonia del adiós. Hay que verlo a Burt Lancaster bailar, cómo baila, para comprender qué mundo de elegancia y belleza y ocio se está yendo al garete.

La oligarquía argentina se sueña aristócrata, con inflada vanidad vaporosa, pero le faltan siglos, lienzos de algún generalote épico, quizás algún Papa en la familia (el que apareció resultó peroncho, y no deja de ser irónico a la vez que definitivo para esa clase). Si Tancredi fue la herramienta para conservar el Poder económico, los Macri, millonarios, buscaron la legitimidad social de lo que nunca tendrán. Linaje. Mauricio (y primero Franco) es, en esta historia, Claudia Cardinale, los que tienen la guita, y Blanco Villegas con Franco y la Bordeu y la Menditeguy con el Gatotonto, son Tancredi. Casamientos de conveniencia mutua ya que hace muchos años, décadas, que la oligarquía nacional chapotea en esos barros de la bassa Italia (véase a Esmeralda Mitre, como ejemplo actual, bailando en el programa de Tinelli).

Esto también se vio unos años después de la película de Visconti en El Padrino. Michael Corleone es el primero de la famiglia en buscar y encontrar una esposa de New Hampshire. Una wasp, gente blanca anglosajona. Y Vito, su padre, le dirá antes de morir: "Nos faltó tiempo, Michael... Santino era demasiado impetuoso y Freddo, bueno, Freddo... en cambio vos, yo pensaba gobernador Corleone, senador Corleone... nos faltó tiempo". Michael le asegura a su padre que ya llegará el momento. Una aproximación es dejar la Little Italy y mudarse a Nevada, y la consagración llegará con la bendición de la espada (y cruz en la empuñadura) del Vaticano. "Son peores que los Borgia", grita Michael a la salida de unas negociaciones, pero a los ojos de los otros ha alcanzado el lugar respetable que soñaba Vito.

En el subibaja de la oligarquía bajando, y la burguesía "subiendo", llegamos al equilibrio discepoliano. Todo es igual, nada es mejor. Ahí, la aparición de Juliana Awada. Otra de la burguesía millonaria, tan decorativa como irremediablemente estúpida. Juntos son el cenit de la legitimación social. Gato y Gato. De los autos y el contrabando y los negociados, y de la confección de ropa en talleres clandestinos, a Presidente y Primera Dama. Impecables para las fotos, él -como irreversible hecho sin regreso- atiende en 2015, a la entonces Presidente, en calzoncillos y lo cuenta. ¡Lo cuenta! ¿Se puede ser más grasa?

Tocaron, por largos cuatro años, el cielo de sus ambiciones.

Y la clase media el sueño húmedo de sus alucinaciones.

Que continúa.


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