Varias de las películas de Godard en los sesenta son películas de un hombre enamorado. Vivir su vida, Una mujer es una mujer, Alphaville, Bande à part, Pierrot, le fou, son, entre otras cosas, documentales sobre Anna Karina. Su musa, su actriz, su mujer. Godard filmó su rostro desde
todos los ángulos posibles (ver el comienzo de Vivir su vida, si no recuerdo mal). La hizo correr, bailar, la embarazó con una almohada bajo el pullover, y la hizo aburrirse con un
Belmondo que era un remedo de Arthur Rimbaud desesperado (algún día lo explicaré), y acaso del mismo Godard que, sospecho, terminó por aburrirla a ella como muchas veces a nosotros en los años siguientes. Tengo para mí que Jean-Luc puso en boca de ella cosas que le pasaban a él. La más significativa, quizás, el final de Alphaville cuando Eddie Constantine la empuja a decir las palabras que ella -Godard, tal vez- no sabe pronunciar: Je t'aime. Pero hay que reconocer que ese amor por Anna lo llevó a hacer sus mejores películas, que le dijo Je t'aime con la mirada de su cámara, amanuense de su propia mirada. Hasta la vio prostituta redimida, elevada a santa (Juana de Arco de les quartiers parisien), a quien también queman. "Le hacen fuego", señaló Leo Sala, un crítico de aquéllos años. No competí con Jean-Luc. La amé a mis veinte años, como tantos, desde las butacas de los cines de Buenos Aires en obligado silencio. Ese azorado milagro que consistía en entrar en una sala de la calle Lavalle y encontrarse en París. Y con Anna, la Bella Anna. Que acaba de irse, como ya se han ido hace rato mis veinte años.
23 dic 2019
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